Saturday, April 28, 2007

El hilo de la conversación

Foto prestadita: Nadia Baram (desconocida del Zone Zero, gracias)

Y si de repente todo fuera mentira

Como si estuviera paralizada por el espanto

Y si me mira y me dice: Me alegro por ti

Y yo digo gracias, pero en realidad lo que quiero decir es: No te parece un poco tarde para alegrarte...

Y si me dice que parece un éxito. Y yo agradezco nuevamente, pero en realidad deseo maldecir por haber pasado todas las pruebas de supervivencia para recibir una medallita de mierda.

............


Es demasiado tarde, dos de la mañana anuncia el reloj de pared. Demasiado tarde para seguir en silencio, para seguir de pie, para dar una vuelta más alrededor de la mesa del comedor, para volver a sentarse.
Es demasiado tarde para retomar el hilo de la conversación.
Estamos sentado hace horas en la sala. De vez en cuando me pongo de pie, voy a la cocina, regreso con un vaso de agua te ofrezco algo de tomar, sigues mirando la pared. No respondes. Quisiera pedirte que te vayas, pero en lugar de eso, te ofrezco algo de comer. No aceptas y es mejor, no hay nada de comer.
Me miras de pies a cabeza. Por qué no te sientas?, me dices. Me acerco, me siento y los dos miramos a la pared.
Inclinas tu cabeza sobre mi rodilla y permaneces en silencio.
Para mi la angustia se parece a un bostezo continuo. El cuadro ideal me viene a la mente con frecuencia: cada dos o tres segundos. La película debería ser otra:

Una mujer de piernas largas, cabello recogido y zapatos de taco entra en la sala sin anunciarse. Mira al hombre sentado en el suelo de la sala con los ojos fijos en la nada. Se acerca y le dice: mírame bien, es demasiado tarde!
Él por supuesto atónito, sostiene apenas la mirada, pero ella continúa.

Es demasiado tarde para que estés aquí. Creo que lo mejor es que te vayas.

Es demasiado tarde para retomar el hilo de nuestra conversación. La última vez que escuche tu voz... la última vez, ni siquiera puedo recordar cuándo fue. Así que no eres bienvenido en mi casa.

Ella, la mujer de piernas largas, vestido corto y ceñido enfrenta al hombre impávido de ideas vacías, de contenido insuficiente como para retomar el hilo de alguna antigua conversación.

La película no tiene las piernas largas, ni nada ceñido. Es esta mujer en ropa de dormir, que acepta tu cabeza en sus rodillas, te acaricia el cabello y te dice: Está bien si no quieres comer nada, ni tampoco hablar entonces es mejor que nos vayamos a acostar porque mañana trabajo temprano.

P.

Wednesday, April 25, 2007

Melcochas


Salíamos de la casa, cuando su madre nos detuvo en la puerta para ofrecernos melcochas. Las llevaba en una funda pegajosa y en la dentadura postiza amarillenta. Yo no podía verla a los ojos. Mi mirada se desviaba sin querer a sus encías rosadas, perforadas para sostener puentes, tornillos y esas perlas decadentes mala imitación de dientes. Y ella masticaba con un gesto pausado, dejando entrever como la melcocha se pegaba y despegaba a punto de destornillarle algún diente. Sacudo la cabeza y sonrío, me doy tiempo de mirarla de pies a cabeza. Miniatura de 1, 50 m parada en el umbral de la puerta cubierta con un chal cardenillo y con esas pantuflas de ama de casa resignada hace al menos 45 años.
Le agradezco por su oferta pero paso. A mi edad una de mis posesiones más preciadas son mis dientes, no tengo intención de amelcocharlos para ser parte de la familia política. Pero él acepta. Abraza a su madre, quien despide un olor agridulce, combinación funesta de melcocha y humedad, como la que corroe los muebles antiguos que tiene en la sala cubiertos con una sábana.

Finalmente nos vamos. Acelero el paso para alejarme pronto de su casa, sus olores, su madre. Saco de la cartera un cigarrillo y lo enciendo. Me mira de reojo y se frunce:


- Pensé que ya no fumabas

-Y yo pensé que vos ya no comías melcochas.

Seguimos caminando. Él se apura para alcanzarme.

- Cuál es tu apuro?

- Alejarme de tu casa

- Perdón?

- Umjm

No mido mis palabras. Me detengo y le obligo a detenerse. Cuando le miro ya está masticando una melcocha entera, tiene la boca repleta y no la cierra del todo para masticar. Pensé que estaría molesto por mi comentario, pero él solo mastica como un idiota embobado en el dulce. Entonces me decido.

- Creo que mejor me voy

- A dónde?

- Lejos de tu casa y de vos

Me apuro a la avenida para subirme en el primer taxi que pase. Él no se mueve me mira y me grita, como si se burlara.

- Qué, muy sofisticada para nosotros?

Me volteo de mal humor y mientras para un taxi solo alcanzo a responderle con la misma mala actitud de siempre.

- Sofisticada no, asquienta imbécil!!



P.

Sunday, April 15, 2007

Tristeza con el auspicio de Mr. Cash


And I heard, as it were, the noise of thunder: One of the four beasts saying: “Come and see” And I saw. And behold, a white horse. There's a man goin' 'round takin' names. An' he decides who to free and who to blame. Everybody won't be treated all the same. There'll be a golden ladder reaching down. When the man comes around.
American IV: The Man Comes Around


Me quedo de pie mirando el ropero. Por sugerencia de dos buenos amigos sería más apropiado vestir ropa de colores para contrarrestar la pena. Yo no siento pena, solo un agujero profundo en el estomago. Me esperan en la sala, susurran algo que no puedo comprender. Me tomo mi tiempo, me siento en la cama. Elijo un par de medias oscuras. Alguien toca la puerta, no respondo.

-Estás bien?

-Umjm

-Vienes?

-No, no todavía

- Puedo usar tu abrigo negro

- Umjm

-Gracias, apúrate que nos esperan afuera

De pie, solo con las medias puestas, busco algo que se asocie con su muerte, pero no estoy muy segura de que la muerte combine con nada. Lo único que puedo recordar es el equipo de fútbol que le gustaba. Eso es todo.
Entonces entiendo lo que debo usar. Me calzo un par de zapatillas deportivas, un pantalón negro con rayas blancas, una camiseta oscura y encima de todo un impermeable amarillo.

Salgo a la sala y todos me miran de mala manera.

-Hijita estás segura que vas a usar eso

- Umjm

Salimos todos juntos y todas las miradas sobre mi abrigo impermeable. Es abril, siempre llueve en abril. No veo que les preocupa tanto.
Llegamos al cementerio y una bandera de su equipo de fútbol plantada en el anden nos guía hacia el nicho, uno de sus amigos llora desconsolado y comprendo que es bueno llevar un impermeable en abril cuando la gente llora.
Él nos mira, señala la bandera del ‘Sporting Club’ y comenta:

-Es que él era un hincha a muerte

Entonces pienso que en ese caso elegí con mucha inteligencia el abrigo amarillo. Seguro que el homenaje le sobrecogerá en el más allá. Finalmente llorar no es lo mío, yo prefiero manifestaciones más incomprensibles, menos tradicionales digamos.
La ceremonia es desgarradora. A mi se me desgarra el estomago presiento que podría desmayarme de dolor, pero no sería correcto robarle la atención al difunto. Continúo junto a la procesión como hipnotizada por la pasión de la pena ajena. Involuntariamente pienso en música. Me viene a la mente Johnny Cash en la tumba de June Carter. He oído demasiada música country en las últimas semanas. Recuerdo una canción, Hurt: “ Everyone I know goes away in the end, and you could have it all, my empire of dirt I will let you down I will make you hurt”. Me duele. Recuerdo como me asomé por la puerta semiabierta y pude ver el costado derecho de tu cuerpo desnudo sobre una mesa. Parecía que tenías frío porque tu piel lucía un tono violeta pálido. No sabía que habías engordado tanto en los últimos años. Por eso ya no jugabas fútbol seguramente, pero hincha sí, eso siempre. Hincha a muerte.

La peor parte es la de la lápida. El enterrador golpea la piedra, pone cemento sin escatimar seguro no quiere que nadie abra la puerta para robarse la bandera del ‘Sporting Club’ que llevas en el pecho con orgullo. Fin de la historia. Inmediatamente, como es lo correcto en abril, empieza a llover a cántaros. Todos se mojan y dejan de llorar. Yo aprovecho la confusión para desatarme en llanto. Nadie puede verlo. Tengo la capucha del impermeable puesta. La lluvia no me moja, las lágrimas sí. Cierro los ojos, me concentro en el dolor y espero que todo termine pronto para llegar a casa y encontrar consuelo en la música country, Mylanta y el café que te ofreciste a tomar conmigo para que no esté triste.

P.

Wednesday, April 11, 2007

Los malditos gajes del oficio


Sentada en el mostrador frente a la puerta de vidrio veo como se acerca un hombre corpulento con la cabeza afeitada. Le abro la puerta, saludo con la poca amabilidad que le queda a mi repertorio y recibo la insolente bofetada de su olor a comida rancia. El caballero mide al menos 1,80, pesa unas 200 libras, yo diría 215 con más exactitud. Lleva una camisa de cuadros celeste, con amarillo que tiene una multitud de manchas de aceite alrededor del cuello y a la altura del pecho también. Tiene el lóbulo de la oreja izquierda perforada y lleva un arete dorado con un brillo plateado. Abre la boca para hacer la primera pregunta y presiento que es el peor día de la semana. Son apenas las 08:00, con el estómago vacío me cuesta más trabajo de lo habitual soportar clientela pestilente. El hombre alcanza a articular una pregunta que no comprendo. Por algún motivo en este tipo de negocio las personas suelen hacer preguntas incoherentes y este caballero no es la excepción. Le pido que me repita la pregunta y balbucea algo con su boca enorme, sus dientes cariados y sucios de sarro. Percibo en cámara lenta como su lengua húmeda roza el paladar pastoso y diminutas gotas de saliva salen expulsadas hacia el exterior. Alcanzó a dar dos pasos atrás violentamente. Atinó a taparme el rostro con la mano derecha con pretexto de comezón en la nariz y solo se me ocurre acercarle directo a la cara una lista de precios para que prosiga escupiendo en ella sin herir mi sensibilidad mañanera.
El señor piensa que lo que le ofrezco cuesta demasiado y me acusa con el dedo por ello. Yo levanto los hombros ya sin restos de amabilidad. Me pide una explicación y me parece que su tono de voz se ha elevado demasiado para tratarse de un cliente sudoroso con olor a comida rancia. Le indico con muy poca paciencia que soy solo una empleada y que no he diseñado ni las reglas, ni las tarifas. Mi insolencia hiere sus grasientas 215 libras y me pide que no le falte al respeto. Para entonces ya grita:

- ¡Esto es lo colmo, nunca me han atendido tan mal, usted es una malcriada!

Yo sigo de pie, le miro impávida con mi 1,60 a cuestas cubierta por la sombra que proyecta su desagradable humanidad. Alcanzo a escabullirme del frente me pongo a sus espaldas y le abro la puerta.

Señor, me temo que si usted no se siente a gusto puede elegir otra compañía que le ayude!

- Usted es una insolente voy a reportarla con su jefe.

(Y usted un gordo de mierda, apestoso y miserable incapaz de pagar $60 sin reclamar porque no me hace el favor y se larga antes de que le saque al perro que tengo atrás para que se agarre de su grasiento trasero.)
Es posible soñar. Con el corazón agitado me imagino todas esas cosas que le podía decir antes de que me tire la puerta en la cara y me arruine la mañana . Lo que el miserable no sabe es yo soy mi jefe y que lo más lejos que va a llegar a hacer será reclamarme a mi y con suerte yo tendré el coraje de decirle lo mal que huele y que no se preocupe que a esa empleada que le trato tan mal ya la despedimos.


P.